Cuaderno de Abalorios /Un aforismo es un ensayo brevísimo – por Noel René Cisneros

Un aforismo es un ensayo brevísimo, dice Enrique Servín en este Cuaderno de Abalorios y mientras se avanza por sus páginas no podemos si no darle la razón. El autor también nos dice: Entre un aforismo y un ensayo hay la misma diferencia que entre un rifle y una cerbatana. Sin embargo… y nos deja a nosotros con el problema de resolver la cuestión y así me quedo pensando en el rey David que, siendo un simple pastor, con una honda fue capaz de vencer a Goliat; lo muy pequeño vence a lo muy grande.

 ¿Cuáles son los caminos que lo diminuto tiene para vencer? Herir en un punto específico, en la piedra de toque que hará que el edificio, con un solo golpe se venga abajo. En un solo movimiento, en la lectura, el aforismo debe cautivar o no es.

  Los aforismos o son como semillas, que su concreción, su inteligencia, sus ideas, quedan rondando en nuestras cabezas hasta que comienzan a crecer y dan nuevos frutos; o son golpes, que a través de su condensación nos cimbran y transforman, apenas los leemos. Es, en fin, un arte de la condensación.

  En esto el arte del aforista y el perfumero coinciden: la habilidad para extraer esencias, en destilar fragancias, artes del deleite y la primera impresión.

   Quien elige este género lo hace porque es un observador, un observador que constantemente inquiere el mundo: esta vorágine. Quien de ese mar que llamamos realidad logra ver y extraer entre las aguas esas perlas que serán los aforismos.

  El eco de la palabra tesoro resuena en nuestros oídos. La búsqueda de oro; pero, cuidado, el aforista no es un simple gambusino que se le va la vida en la búsqueda de esa veta, de ese placer que lo hará rico. En cuanto a las profesiones dedicadas a los tesoros su labor es más cercana a la del orfebre que trabaja la filigrana, no está interesado en esos sueños que produjeron la fiebre del oro, no le interesa lo voluminoso, lo cuantioso.

  Se trata, entonces, de alguien que ha renunciado a las grandes formas, a los ensayos de largo aliento, antes, es alguien que sabe de la inutilidad que muchas veces implica emprender dichas empresas, cuando en una o dos oraciones pueden comunicar lo esencial. Cuando, luego de su formulación, no es necesario agregar una coma más. Ya nosotros, los lectores, hemos de enfrentarnos a todas las ideas que se desprenden, que germinan, del aforismo.

   Elijo a Borges como mi Dios literario […] nos declara Enrique Servín, en este Cuaderno de Abalorios, y con ello adquirimos una de las claves del porqué eligió este género, el porqué emprendió la tarea de escritura de esta obra. Borges no se dedicó a los grandes géneros, rehuyó a los poemas de largo aliento y a la novela; cultivó, como pocos en lengua española, el cuento. Él sabía que, antes de lanzarse a la redacción de cientos y cientos de páginas, era preferible apenas el delineado de una idea, de una imagen, de un mundo, la insinuación de una filosofía, para que estas existieran, para que el lector les confiriera realidad.

   Enrique Servín, gran lector, aprendió muy bien esta lección, así, para presentarnos su pensamiento, sus preocupaciones y apreciaciones de su estar en el mundo eligió el aforismo. Un hombre que ve el mundo destruirse nos habla —como en Bizancio hace mil quinientos años lo hizo Zósimo el historiador, lamentando el crecimiento del cristianismo—; Servín lamenta la destrucción del mundo y alza su voz contra el capitalismo voraz en que vivimos. Contraponiendo, antes que nada, el humanismo, hacer del homo sapiens un humano, domesticar esta fiera que somos.

   Si aciago es el tiempo que vivimos, que le preocupa a Enrique Servín, el tono con que escribe lejos está de ser aciago, con ese sentido del humor con el que deleita a todos a quienes lo conocen es con el que escribe sus aforismos. Este Cuaderno de Abalorios lejos está de las sentencias admonitorias que se pudiesen esperar de un hijo del desencanto. Su lectura nos hace sonreír, porque su lectura, antes que nada, es un divertimento.

   Un divertimento en que se nos ofrecen espejitos, abalorios, baratijas y nos encontramos con verdaderos diamantes, rubíes y esmeraldas. Servín juega, desde el título (recuérdese que el mismo nos dice: El género literario más corto del mundo es el título) para convocar la imagen de los conquistadores embaucadores que ofrecían sus collares de cuentas de vidrio a cambio del oro aborigen. Pero este Cuaderno de Abalorios es todo menos una colección de baratijas, nos ofrece sus tesoros sin exigir nada, salvo, y quizá sea el todo, reflexionar, porque: Los aforismos son la gota de hiel de la literatura

   Dejo, para concluir, el aforismo que cierra este Cuaderno de Abalorios, el cual nos da una idea muy clara de lo que es este libro: ¿Absolutos? Una gota de agua. La lluvia es la proliferación de los absolutos.

Noel René Cisneros

*Publicado en El Septentrión. Accede aquí.


Deja un comentario