Taller de Poesía «Alí Chumacero»

El Taller Literario «Alí Chumacero», dirigido por Enrique Servín, propuso la preparación y el desarrollo de jóvenes escritores en la disciplina de creación poética, respetando sus cualidades únicas, deseos de crecimiento y habilidad cognitiva a manera de trabajo en equipo y asesoría cultural.

El Taller impulsó la carrera poética de talentos locales desde mayo de 2012, logrando la inmersión de la comunidad chihuahuense en la práctica y lectura de poesía. Al taller se le dio oportunidad de llevarse a cabo en espacios culturales como fueron la Mediateca de Chihuahua, el Parque Revolución, Café Calicanto, Arena de Lucha Libre, Congreso del Estado, Parque Lerdo, entre otros, con asistencia de público heterogéneo que pudo apreciar la producción joven de manera gratuita y libre.

En algún punto el taller llegó a tener 12 miembros participativos, cada uno con distintas propuestas y valiosos apoyos técnicos. De esta forma, el taller dio construcción e impulso a un proyecto literario apoyado por el Municipio de Chihuahua y que llegó a dar resultados notables en las áreas de publicación, realización de eventos, e incluso consolidación de carreras profesionales.

Hugo Servando Sánchez, alumno de Enrique pero sobretodo quien fuera también amigo cercano y compañero de proyectos y viajes, escribió la siguiente aportación para este espacio:

«El taller literario Alí Chumacero, fue el último de un sin número de talleres impartidos por Enrique Servín en la ciudad de Chihuahua. Su realización fue gestionada por el Instituto de Cultura del municipio de Chihuahua, el cual tuvo a bien el enfocar dicho taller a aquellos creadores con o sin experiencia que quisieran adquirir nuevas habilidades y conocimiento en el arte de la composición literaria. Fue el maestro Enrique Servín quien propuso especializar dicho taller en el género de la poesía. Durante casi siete años, interrumpidos por los cambios de administración, pero en los cuales se logró conformar un sólido grupo de poetas el maestro Enrique Servín sostuvo brillantes disertaciones literarias en torno al difícil arte de la poesía. Para ello desarrolló un temario que abarcaba definiciones y ejemplos de cada una de las corrientes poéticas  más importantes de oriente y occidente. A un mismo tiempo, llevaba a cabo con los alumnos ejercicios de métrica aplicados a la rigurosa composición del soneto o del Haikú con el propósito de hacer conscientes a los nuevos poetas, de la compleja estructura interna que conforma el arte de la poesía. 

El taller fue nombrado Alí Chumacero por el maestro Enrique Servín en honor de este poeta nayarita hacía poco fallecido, y a quien consideraba uno de los mejores exponentes del género literario y a quien tuvo la oportunidad de conocer durante varios encuentros de poesía. Por último cabe destacar que el taller literario Alí Chumacero fue semillero de poetas que a partir del mismo fueron laureados y reconocidos como fue el caso de las poetas Ruby Myers, Alejandra Torres, Arturo Lara, Elí Loya, Margarita Salas Wokay, Noel René Cisneros Peña, Nelson Solorio Talavera, Jesús Urbano, entre muchos otros, quienes recuerdan y reconocen ampliamente la labor que como maestro tuvo en su obra el poeta Enrique Servín. «

Hugo Servando Sánchez

De entre los más notables logros, se pueden mencionar los siguientes;

  • Realización de lecturas públicas con público considerable
  • Publicación de tres libros de poesía; Arturo Loera, Jesús Carmona, Margarita Salas Bucay
  • Invitación de cuatro de los miembros del taller a participar en encuentros nacionales de escritores; Hugo Sánchez, René Cisneros, Jesús Carmona y Arturo Loera
  • Obtención de un premio nacional a integrante del taller; Arturo Loera «Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino»
  • Publicación del libro «Contubernio«, de Rubí Myers, Hugo Sánchez y Alejandra Torres, como fruto del Taller de Poesía Alí Chumacero

Para el prólogo de este último libro, «Contubernio», Enrique Servín escribió lo siguiente:

Un Taller literario, un contubernio y Tres Poetas.

Si a lo largo de décadas de conducir talleres literarios algo he entendido, es que en ellos aprende mucho más el coordinador que los demás participantes. Estos últimos, se diga lo que se diga, son escritores ya desde antes de la primera sesión, ya que la vocación es quizá uno de los rasgos de la personalidad. Dan, pues, a conocer sus proyectos a un grupo de personas que los leen y los comentan, y entonces los autores simplemente los trabajan con base a sugerencias que ellos sabrán si aceptan, modifican o incluso rechazan. El coordinador, en cambio, además de afinar sus criterios con todo lo que lee y escucha, debe explorar sensibilidades ajenas, observar evolucionar con rapidez obras individuales y también – esto último es quizá lo más difícil – debe respetar propuestas poéticas y estilísticas que en ocasiones resultan muy diferentes a la suya propia.

En ninguno de los talleres de poesía que he coordinado este complejo proceso ha sido tan visible como en el Taller de Poesía Alí Chumacero. No sólo porque se trató, desde el principio, de un grupo sumamente homogéneo en cuanto a la alta calidad de las diferentes escrituras que lo conformaron, sino también por el hecho excepcional de que en él confluyeron cuatro escritores excepcionales. Me refiero a Ruby Myers, Alejandra Torres, Hugo Servando Sánchez y Jesús Urbano Ibarra. En estos cuatro casos, desde la primera sesión me resultó muy evidente que estaba ante escritores natos, es decir, ante individuos fuertemente orientados hacia la palabra y capaces de lograr con el lenguaje escritos sobresalientes. Así creo habérselos expresado en su momento a cada uno de ellos y, por supuesto, no reclamo ningún mérito en lo que ahora cada uno de ellos ha ido logrando.

Jesús Urbano Ibarra pasó en pocas sesiones de la versificación anecdótica a una poesía intensa, destellante y muy original desde el punto de vista de sus contenidos, que no excluyen el difícil tema del conocimiento ni la metaforización de la ciencia. Ruby Myers arribó a la poesía por el camino del dolor y de la propia experiencia vital; profundamente honesta en su intención de exorcizar la separación y la ausencia mediante el trabajo del lenguaje, ha pulido impresionantes elegías y desde allí ha derivado hacia otros lenguajes y temáticas, siempre desde el dominio impecable de la musicalidad del idioma, el tono y la expresión justa y eficiente. Alejandra Torres se presentó desde el primer día con un poema asombroso que ya conjugaba las inusuales características de su poesía; experimentalismo, brillantez, atrevimiento y el manejo de un erotismo desnudo y hasta visceral que tiene muy pocos parangones en el panorama de la poesía mexicana. Hugo Servando Sánchez, por su parte, abandonó temprano la retórica de las post-vanguardias y muy pronto logró una poesía extremadamente sobria, de una justeza verbal maravillosa y que, sin embargo, cala muy hondo en las dolorosas verdades de la condición humana y el drama de la existencia.

Por razones de afinidad temática, los tres últimos decidieron unirse en la aventura de un poemario compartido, y que es el Contubernio cuyas páginas dan inicio ahora. Aquí se nos muestran, entonces, tres propuestas diferentes, tres lenguajes, tres series de poemas intensos, acabados y siempre conmovedores. Algunos puntos sensibles (el lector irá descubriendo cuales) comunican estas obras, pero las diferencias se mantienen, intensas y significativas, otorgando al conjunto un inusual magnetismo que recorre todas sus páginas. Juntos, estos poetas conforman un triángulo muy poderoso que, si quisiéramos verlo desde la imaginación, parecería al mismo tiempo una descomunal diatomea, o un objeto volador extraterrestre, o el teograma de un dios heterodoxo y amenazador: ese era el riesgo de unir tres poéticas tan cargadas de talento individual y energía comunicadora. Resultaría absurdo decir – como quiere el lugar común cuando se trata de escritores que comienzan a darse a conocer- que estas tres voces «prometen» mucho. Porque la verdad es que tanto Ruby como Alejandra y Hugo Servando ya nos han cumplido con creces. Y desde sus primeros versos, habría que añadir.

Enrique Servín / 2019

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