Poesía para Enrique Servín


Gansos Salvajes
En memoria de Enrique Servín

El año empezó
con la muerte de Mary Oliver.
Un día antes se había ido Sam.
Luego sucedieron otras cosas no tan
dignas de recuento.

La primavera y el verano pasaron
desapercibidas, ocultas tras la niebla de la prisa.
Vi, con envidia, el sueño de los jardineros
bajo los nogales, algunas ardillas, árboles.

Un día me detuve también a mirar los pericos.
Ya estabas tú ahí a la mitad del jardín,
mirándolos primero: absorto,
masticando alguna cosa, como siempre.
Me explicaste cómo formaban sus nidos
en grupos y te admiraste de su verdísima belleza.
Un día después te fuiste tú.

Yo me quedé en ese jardín.
Ahí escuché el parloteo por largo tiempo
ahora transformado en luz verde,
clara y amplísima.

No era necesario ser bueno:
necesario era dejar que el dulce animal que era
tu cuerpo amara lo que amaba,
dejarlo encontrar su sitio en la familia de las cosas.
Como cuando te sentabas a la sombra
en los días de verano y te rodeábamos
y te reías, nos cantabas un poema
y eras el poema.

-Edgar Trevizo-

*Este poema aparece en el poemario "La vida espiritual de las hormigas",
 editado por Medusa Editores en noviembre de 2021.*

Apalóchi ojí                                     Abuelo oso

Wa´lú matétera ba                        Muchas gracias
Mápu regá mu isíle                       Por lo que fuiste e hiciste
Je´ná wichimóba.                           En esta vida.

Wa´lú matétera ba                        Muchas gracias
Kíte mu wabé                                Porque alegraste
Kaníliame chijánale                       A muchos corazones
Omána suláchi.                             De las personas.

Wa´lú matétera ba                       Muchas gracias
Mápu regá                                   Porque le diste
Iwérali mu aále                            ese valor tan grande
Échi ralámuli raichaála.                 a nuestra lengua madre.

Wa´lú matétera ba                       Muchas gracias        
Mápu regá mu                             por tu gran 
benérali, bajurétali                       enseñanza, nos invitaste
Wikabé pagótame                       a muchas personas a valorar
Ké tási chijúnika.                          lo que somos, sin diferenciar.

-Irma Noly nataála -

Trascender

Serás capaz de oír la luz
la piedra el muro la ventana Servín
cuando el desierto que tanto amaste ahora se prolongue
             a algo más vacío
a tus zapatos tus palomas tus libros
por ejemplo

Mientras veo hacia atrás
               -de el agua hacia la sombra-
a mil arenas de retirado
te miro
           - como se mira al cielo
           después de un buen poema -
y estás ahí
a la distancia que tiene un canto de sol
en ese precioso instante preciso
de pie junto a tu padre
frente al mar
y desde el otro lado de la muerte
te contemplo
y te deseo esplendor

Lo has logrado Servín
ya no hay
para que despertar

-Jesús M. Urbano-

A Enrique Servín

Un día nos subimos a un helicóptero
para hacer volar miles de poemas.
Eras como un profeta de la belleza,
un ateo que rezaba el Barco Ebrio
a grandes voces.

Querías liberar a la gente de sus creencias
que los atan al miedo de las religiones,
querías interrumpir sus pasos para decirle a cada uno:
vivan, gocen, porque somos un milagro de la materia,
somos una casualidad en el universo.


Un día me confesaste que te aburrías
porque todo te resultaba predecible:
las conversaciones, los problemas
que te alejaban del conocimiento
como la batería del carro
o las goteras de tu casa.

Una mañana antes de morir,
viste pasar a un hombre cubierto de tierra,
a quien le preguntaste de dónde venía.
Te contestó que de Guadalajara, buscando a su hijo.
Te confesó que llevaba un par de días sin comer.

Fuiste hasta el cajero y regresaste para darle algo.

Cuando se despidieron le diste un abrazo,
porque así eras tú, te detenías en cada esquina
para hablar con los que no tienen nombre,
ni riqueza, ni un futuro escrito en la nómina del mundo.
Cuando no, jugabas a perseguir a una paloma coja
para darle en un vaso térmico un poco de agua.

Grabaste en tu cabeza de genio uno de mis poemas
y lo repetiste a todos diciéndoles que yo era un verdadero poeta.

Nunca supe como hiciste un día para caminar
de un extremo a otro de un lomerío de Ojinaga
mientras tus amigos más jóvenes nos deshidratábamos en la sombra.
Pero algo te movía, una energía de las piedras te alimentaba.
Luego nos contabas la historia de ese o aquel pueblo.
Señalabas los trabajos kilométricos de la industria
que arrasaban con el desierto al que admirabas.

Y esa noche, la última en la que te despediste
sin saberlo para siempre.
Esa noche atravesaste como siempre en tu Tsuru la ciudad vacía,
como te gustaba.
Y llegaste a la negrura de tu calle,
atravesada por un faro de luz

que parecía un reflector siniestro
en el escenario de tu vida, junto a la negrura que llenaba
el resto de la calle.

No volvimos a verte, sólo te soñamos.
La última vez en un restaurante,
contándome una chirinola,
pero una vocecita en mi cabeza empezó a decirme:
no hagas caso, ya no vive,
pero logré hacer que se callara
para que me dejara escucharte.

Desperté sonriendo y con hambre,
querido amigo Enrique.
Sólo tengo este feo poema para rendirte homenaje
Me hubiera gustado que lo diseccionaras
como a un saltamontes y me dijeras:
deja sólo las alas que son lo más hermoso
lo demás, tíralo a la basura.

-Hugo Servando Sánchez -

Un domingo de octubre

In memoriam Enrique Servín

La lluvia no amaina
cristales de agua resbalan por mi ventana
lágrimas que se vuelven sal

Queda una llanura inmensa
llena de soledad
            ahí habitan la nostalgia y los recuerdos
            donde espero encontrarte algún día

Mientras me queda la luz de tu sabiduría
una risa que alimenta silencios

Llueve sobre el pavimento
por el que se desliza la noche

A lo lejos una canción desgrana sus acordes
Va hacia donde el tiempo
                                         ya no es tiempo


-Margarita Muñoz-

El agua y la sombra

Busco y no encuentro 
el agua y la sombra, hago memoria 
pero sólo encuentro aceite y sol. 
Este mal chiste tendría más gracia
si tan sólo estuvieras aquí para escucharlo, 
para escucharnos. 

Busco el agua y la sombra, 
maldigo algunos nombres aleatorios, 
a qué librero estará dando vida, 
porque eso es el agua y vive de la sed, 
porque eso es la sombra y vive del sol. 

Pensando esto imagino a Enrique sentado
a la sombra de un árbol 
bebiendo un poco de agua, 
así de rápido viaja la memoria 
y sus falsedades, aunque hay algo 
que nunca fue falso 
y eso fue ese hombre bajo la sombra. 

Ahora pienso que si la humildad fuera una flor 
no habría jardines, pero habría un hombre, 
un jardinero con un loto saliendo de su cabeza. 
Aquí te dejo este loto, escribió Enrique 
en el primer poema del agua y la sombra
y yo lo busco y no lo encuentro y sin embargo 
un loto crece en mi corazón. 

Busco el agua y la sombra para cuidar este loto
aunque el desierto sabe de olvidos, escribiste. 
Asustarse por un muerto, a estas alturas, es una niñería, escribiste. 
No se puede dialogar con el huracán, escribiste, 
pero no dijiste nada de su ojo y ahí te imagino ahora 
en el ojo de la paz mientras todo se derrumba y vuela. 
Miren, miren todos, en el ojo del huracán hay un hombre 
con un loto floreciendo en su cabeza. 

Ahora imagino que descansas, como Adriano, 
en la isla de Aquiles y tu memoria, ese loto 
que dejaste en la mano de todos, 
ahora reposa y tiene sitio en nuestro pecho. 

Si la humildad fuera una flor no habría jardines, he dicho ya, 
sólo un jardinero con un loto en la cabeza despidiéndose 
mientras se hace uno con la arena.  

-Arturo Loera-