Anirúame, un acercamiento a la cosmovisión rarámuri -por Raúl Manríquez

Publicado en la revista digital de filosofía «Reflexiones Marginales» Num. 35. Ir al sitio aquí.

“Por esa causa todo quedó destruido y convertido en un arenal.
Y cuando ya no quedaba nada, Oso llegó y se detuvo en el centro del mundo.
Y Oso se levantó y vio cómo habían quedado las cosas antiguas, y se entristeció demasiado.
Entonces se puso a juntar de nuevo todos los granos de arena. Los puso uno enseguida del otro, uno arriba del otro, como antes habían estado.
Volvió a darles forma a todas las cosas, las juntó, las enderezó y las puso a cada una en su lugar.
Levantó los árboles y las piedras, los cerros y los voladeros; levantó de nuevo las colinas y las barrancas, levantó de nuevo a los tarahumaras,

le dio forma de nuevo a este mundo…”

Esto nos narra uno de los mitos que aparecen en Anirúame, historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos, de Enrique Alberto Servín Herrera, un libro que se lee con asombro y felicidad. Cada relato revela aspectos de un universo mágico y desconocido, pleno de imaginación y belleza: la rica mitología Rarámuri, que configura un mundo poblado por seres que se crean a partir de las estrellas, plantas que guerrean entre sí disputando el territorio; animales que son personas a la vez y determinan la vida de los seres humanos, como Cuervo, al que se le atribuye sabiduría para dictar normas morales y hacer de juez en los desacuerdos entre los hombres, o Venado que enseñó a los tarahumaras el idioma del sol; el pájaro de fuego que cruzan el firmamento robando almas y corazones; serpientes que dan origen a manantiales, gigantes más altos que los pinos más altos, piedras que devoran las almas…

Este incesante desfile de hechos insólitos e imágenes sorprendentes es una experiencia que nos deja deslumbrados y con una especie de tambaleo epistemológico. Se trata de una cosmogonía desconcertante y hermosísima, que cimbra la percepción que hemos tenido de esa cultura, la tarahumara, que con tanta discreción ha vivido al lado nuestro durante siglos, sin que imagináramos la riqueza de estos mitos y leyendas que casi en secreto se han pasado de generación en generación.

Hay, en esta construcción de historias, creencias y palabras, no sólo una explicación del universo sino también una delicada estética, una imaginativa búsqueda de la armonía entre las partes y los actores del mundo, en la relación entre las deidades, los hombres y la naturaleza. Una concordia universal que implica el respeto, la solidaridad y la belleza.

Los tarahumaras consideran que tenemos varias almas: cuatro la mujer, tres el hombre. Cuando alguien está triste o melancólico es porque ha perdido una de sus almas al beber agua de un pozo sin pedir permiso a la serpiente que lo ha creado y que mora en él. Basta entonces regresar al sitio y pedir perdón a la serpiente para recobrar el alma y el gusto por la vida.

Podríamos reconstruir un sistema de pensamiento a través de estos relatos. En ellos subyacen los fundamentos de una religión quizá olvidada por la mayoría de los propios tarahumaras; y también una filosofía: una manera de entender el mundo, una identidad y, por supuesto, una ética, una serie de principios para andar rectos por el mundo.

Hacia el final del libro, aparecen algunos relatos indígenas de la colonización de española del territorio tarahumara. Como en todo el nuevo mundo, los blancos buscaban plata mientras creían llevar la fe verdadera, pero ello implicaba despojo, opresión, enfermedades. Los tarahumaras nunca se sometieron, se defendieron con fiereza liderados por guerreros legendarios como Teporaca y poderosos hechiceros como, Kichísali. Hay desesperación, tristeza y heroísmo en estos relatos en los que los gobernadores tarahumaras dicen a su gente “no escuchen nada de lo que dicen los blancos, no escuchen ni siquiera el sonido de las campanas”. Es la versión tarahumara de la visión de los vencidos.

Desde distintas trincheras, Enrique Servín ha luchado muchos años por preservar y dignificar las culturas étnicas del estado de Chihuahua. Más de dos décadas le llevó rastrear y reunir las historias que conforman este libro. Hurgó en archivos y antiguos documentos, recorrió la vastedad de la sierra Madre buscando a los pocos narradores tradicionales que todavía existen en apartadas comunidades indígenas. Tuvo que ganarse su confianza para entrevistarlos, a veces llevarlos a los estudios de grabación de la ciudad. Todo ello para conservar esta rica tradición seriamente amenazada por el proceso de aculturación que rápidamente avanza con la educación oficial y la migración de los indígenas a las zonas urbanas.

Pero su aportación es mucho mayor que la investigación en sí. El tránsito de estas historias de la oralidad a la escritura es muy afortunado gracias al talento literario de Servín. El acierto está en la construcción de la voz narrativa: el autor se desdibuja por completo y renuncia a su propia perspectiva para dejar sitio a una voz antigua, sabia y poderosa, que parece atravesar siglos y milenios para revelarnos la verdad. Una voz que suena a tradición oral, como corresponde a una cultura ágrafa como la tarahumara. Por supuesto, se trata una construcción literaria, pero es efectiva y convincente.

Esta virtud en la escritura le da a las historias un sentido profundo y una convicción imposibles de alcanzar de otra manera. Conseguirlo no es fácil desde el punto de vista técnico, y por supuesto requiere compromiso y una completa integración con el objeto de trabajo, es decir, con las historias y su origen, un abandono del yo narrativo para ceder paso a la voz de la autoría colectiva que se da en una tradición.

La aportación que Servín hace a nuestra cultura con este libro es enorme. Por una parte nos permite entender un poco a ese pueblo silencioso, largamente hostilizado por los colonizadores españoles y después históricamente marginado por la población mestiza, hasta nuestros días. A partir de esta lectura podemos entender mejor su silencio, su indiferencia a nuestros afanes consumistas y de posesión, el sentido profundo y solidario del kórima, esa costumbre fundada en la ética, que establece que el que tiene más debe compartir con el que tiene menos.

También podríamos entender su apego a la naturaleza, su respeto por las plantas y los animales. Doy un ejemplo: hace unos meses fue noticia que a una comunidad tarahumara se le ofreció una buena cantidad de dinero si permitían que atravesara sus terrenos un gasoducto que actualmente se construye en la sierra. La comunidad dijo que no, y su argumento central fue que la obra implicaba derribar numerosos árboles, “no son nuestros”, afirmaron “pero tenemos que conservarlos para las generaciones que vienen”. Un argumento que queda fuera del entendimiento de la sociedad de consumo y la perspectiva progresista, pero profundamente congruente con la visión que este libro nos revela, con el amor y respeto a la naturaleza implícitos en sus creencias.

Pero este libro tan disfrutable en su imaginería y su retórica, también me llena de cuestionamientos. Cuán ciegos hemos sido ciegos ignorando y pisoteando esa riquísima tradición que vive al lado nuestro. ¿Qué hemos hecho, por omisión o intencionadamente, para apocarla y destruirla? ¿Qué cosas maravillosas pudimos, quizá podríamos aún, aprender de ellos?

Y surgen de ahí otras inquietudes. Miles de tarahumares vienen cada año a trabajar en las huertas manzaneras de Cd. Cuauhtémoc, donde yo vivo. Deambulan por las calles, muchos de ellos enredados en el alcohol y en otras adicciones, envueltos en frecuentes riñas, continuamente atropellados por la autoridad y estigmatizados por una sociedad clasista que se escandaliza fácilmente.

¿Cuántos de estos tarahumaras conocen las historias de Anirúame? ¿Hasta qué punto se reconocen en ellas? ¿Se asumen como los hijos de las estrellas, el pueblo que habla el idioma de la sol, los pilares del mundo, los que son capaces de ensanchar la tierra y encender de nuevo a Sol y luna con el poder de sus danzas?

La filosofía y la psicología han estudiado el proceso de la identidad narrativa. Según esta propuesta, las historias que nos cuentan o contamos, y que aceptamos como nuestras, aquellas en las que reconocemos nuestro origen y nuestro destino, determinan nuestra identidad y la valoración que hacemos de nosotros mismos. Por eso, esta compilación es importante, porque puede darnos, a los mestizos y a los indígenas, una visión más rica de nosotros mismos, y podría ser el inicio ¿por qué no? de una relación más equitativa y solidaria.

Anirúame, historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos, es una obra destinada a dejar huella en la cultura y la identidad chihuahuenses y, hasta cierto punto, en la nacional. El libro enfrenta ahora las vicisitudes del mercado con un tiraje relativamente corto y escasa distribución. Pero creo que aún con las características actuales de la industria editorial, la importancia del libro y la felicidad con la que se lee le abrirán paso para ediciones de mayor alcance y, paulatinamente, podrá convertirse no sólo en una referencia para los estudiosos de las culturas indígenas, sino en un libro clásico leído en las escuelas, en los parques, en las casas, cuyas historias serán contadas por los abuelos a los nietos.

Hay que leerlo no como una curiosidad folklórica o un mero acervo cultural, sino con el gozo que se lee la buena literatura, que también nos lleva a reflexionar y a entendernos mejor entre nosotros.

Raúl Manríquez Moreno

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