Videos – Entrevistas

Enrique Servín entrevistado en francés en 2015 por Sylvie Marchand y Lelio Moehr para el documental «Cantar o Morir»
Enrique Servín habla acerca del Festival Omáwari. Producido por Sierra Media Labs.

Enrique Servín, Concepción Landa acerca del Omáwari y el Premio Erasmo Palma. Omnia Noticias.

Día Mundial de la Lengua Materna / Enrique Servín / Voces de mi Región


Leyenda tarahumara «Pájaro Carpintero», contada por Enrique Servín

Acercamiento a la cultura rarámuri: entrevista a Enrique Servín.

Videos – Tributos

Video realizado por la Secretaría de Cultura de Chihuahua y el Gobierno del Estado de Chihuahua.
Subtitulado por Luis Enrique Aguilera Servín

Homenaje, dentro de Mirador Cultural, que conduce Marcela Ortiz Aznar, en colaboración con José Ogaz.

Reportaje con Salvador García Soto, para El Heraldo de México. 2019

Secretaría de Cultura de Chihuahua / Feria Del Libro Chihuahua. 2020

CÍBOLA Poesía

Para ti soy libro abierto

Partiendo de que el escritor es un ser solitario que vive acompañado de sus fantasmas y obsesiones, la esfera literaria en Chihuahua no se aleja de esta premisa, adornada en este caso, de un entorno adusto que facilita dicho carácter. Las mesas de lectura, presentaciones de libros, encuentros de escritores, ferias de libros, conferencias, talleres, etc., siempre apuntan, entre sus objetivos, a amalgamar a la comunidad artístico-literaria. En la mayoría de los casos no se alcanza satisfactoriamente este intercambio de ideas, que por lo menos, debería de ser, nutritivo y respetuoso.

Puntualizo en ese panorama ya que la presencia del maestro Enrique Servín en Chihuahua, su basta labor literaria y su entrañable compromiso con la preservación de las lenguas, marcó un antes y un después para cada uno de los integrantes del Taller de Poesía Alí Chumacero. Es bien sabido que dicho taller formó a muchos jóvenes escritores, entre las cuales, han despuntado a gran escala varios de ellos. Cómo testimonio de grupo, el maestro Enrique Servín estableció desde la primera sesión, un ambiente de respeto y credibilidad a los diferentes textos. Cada reunión se desarrollaba en un ambiente de confianza producto de un encuentro lúdico, sensible y con una rigurosa mirada crítica. 

Con el paso de los años, el Taller de Poesía Alí Chumacero fue incubadora de amigos, grupos, colectivos, etc. En junio del 2014, por fijar una fecha en común, coincidimos varios de los integrantes que hasta el día de hoy, continuamos en el ahora, grupo de poesía CÍBOLA.

Después de quince años aproximadamente, el Taller de Poesía Alí Chumacero finalmente concluyó en julio del 2017. Los miembros del grupo insistentemente solicitamos hablar con las autoridades responsables, requiriendo su auspicio; recabamos firmas, enviamos oficios periódicamente, pero de ningún modo se logró restablecer el taller con el maestro Enrique como coordinador. Entrando el mes de agosto de ese mismo año, el grupo continúo con las reuniones cada martes, ahora desarrolladas en diferentes cafés de la ciudad, taquerías, alguna casa de los miembros del grupo o en cualquier otro rincón disponible para compartir nuestros proyectos de poemas, sesiones en las que el maestro procuraba seguir asistiendo.

Es así como buscamos un nuevo nombre que nos identificara, ya que la institución municipal era poseedora del nombre inicial “Taller de poesía Alí Chumacero”.  Después de varias propuestas, Hugo sugirió el nombre de CÍBOLA explicándonos el trasfondo simbólico, mitológico y su relación íntima con el desierto.  Todos estuvimos de acuerdo.

El grupo fue adquiriendo cierta autonomía, reconociendo en todo momento la falta de rigor que el maestro Enrique proporcionaba como coordinador, por ello, buscando algún norte, invitamos a diferentes escritores con amplia trayectoria a algunas de las sesiones, dicha dinámica fue sustancial, ya que nos dio la oportunidad de conocer el trabajo creativo de los invitados, entablar un dialogo horizontal con cada uno y retroalimentar los proyectos individuales.

En el año 2019 se aprobó la publicación de la Antología del Taller Alí Chumacero “Poemas sobre la ciudad”, por el Instituto de Cultura del Municipio. Dicha antología que había quedado pendiente su aprobación, fue el resultado de años de taller con el maestro Enrique Servín. A finales de octubre de ese mismo en la Feria del Libro Chihuahua (FELICH) se nos proporcionó un espacio para presentar la antología que valió más como homenaje y profundo agradecimiento a nuestro querido maestro. Al día de hoy lamentamos su partida y lo recordamos cada martes con mucho cariño y gratitud.

Cíbola Poesía

Fotos y texto por Cíbola Poesía, a quienes agradecemos infinitamente su apoyo y cariño.

Día de la cultura Menonita 2018

Como incansable promotor de las lenguas y las diferentes culturas estatales, Enrique Servín estuvo detrás de lo que sería un evento importante dentro de la comunidad menonita en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua; el Día de la Cultura Menonita 2018 (Fastdag von de Mennonitische Kultua) . De la mano con Verónica Enns, quien se ocupó de orquestar el contacto con el Museo y Centro Cultural Menonita y la radio de la comunidad, se logró impulsar un esfuerzo conjunto en donde se alentaba el reconocimiento y valoración de uno de los dialectos maternos de los menonitas, el plautdietsch – o bajo alemán menonita-.

En ese evento, que tuvo lugar en marzo de 2018, hubo exposición de pintura de artistas locales, textiles y cerámicas menonitas, actividades infantiles tradicionalmente menonitas como colorear libros de cuentos, conversatorios sobre la cultura menonita, taller de cuento infantil, música y cantantes en plautdietsch y una muestra gastronómica tradicional; los objetivos principales del evento, como fue concebido por Enns y Enrique Servín, fueron celebrar la cultura menonita, rescatar el Plautdietsch y acercar a la niñez menonita a sus raíces. Enns fue quien se encargó de contactar y lograr la participación de miembros de la comunidad en las actividades de artes plásticas.


Menoniten Fastaj

por Veronica Enns

  Era el año de 2018 cuando conocí a Enrique Servín durante una comida libanesa y escuché cómo conversaba con bastante soltura con el dueño del restaurante libanés, además de cambiar a conversar en plautdietsch conmigo. Era claro que tenía un don para los idiomas, pero también un interés genuino por aprender la cultura detrás de ellos. Enrique fue el jefe de culturas étnicas y diversidad en la Secretaría de Estado de Chihuahua y dedicó su carrera a los idiomas, pero sobretodo atendiendo también a los dialectos nativos que se hablan en su región y buscando formas de rescatarlos. 

 En el estado de Chihuahua, alrededor de 50,000 menonitas mexicanos aprenden el plautdietsch como su primer idioma desde la infancia. Cuando el niño entra a la escuela se introduce el alemán alto como forma académica formal. En un esfuerzo colectivo e internacional con investigadores, lingüistas y profesionistas, se ha comenzado a dar más importancia a la valoración y conservación formal del plautdietsch. Hay un debate actual que el plautdietsch no se merece esa atención ya que es considerado un «dialecto con vocabulario limitado» o moldeado principalmente dentro de un entorno del campo y estilo de vida campesino -por cierto, sí es así, pero en mi defensa, ¿qué representa mejor al Menonita y su herencia que  “vivir de la tierra”?-. Hablar un idioma bien incluye entender su cultura, y donde faltan las palabras o el vocabulario, se puede entender por su entorno natural. Ese era el tipo de conversaciones que tenía con Enrique y le fascinaba, así es como surgió incluir el plautdietsch en una celebración que formaba parte en ese tiempo de la Secretaria de Cultura y que normalmente lidiaba con idiomas indígenas como el Rarámuri. 

Esta propuesta de celebrar cada idioma con un evento cultural relacionado y perteneciente a una pequeña comunidad marginal se conformó en un pequeño grupo de entusiastas, y el espacio que se nos ofreció fue el Museo Menonita, gracias a Antonio Loewen, en el 2018. Fue así como surgió el “Mennoniten Fastaj”, y con él se exhibió el arte popular en forma de arte visual coordinado por Veronica Enns y textiles típicos por Linda Thiessen, apoyando al talento local -especialmente a la mujer menonita-. Música y conservatorio sobre el tema e historia del plautdietsch fue coordinado por Abram Siemens. La gastronomía fue muy importante para Enrique, ya que confirmó que «la comida es el vínculo casual para conectarse a otras culturas y es una forma de familiarizarse con una comunidad étnica«, por lo que en el evento se sirvió un caldo de pollo caliente, wrenajke y galletas y pan. 

El evento fue un éxito a pesar de que los mismos directores del comité del Museo Menonita (que fueron pocos) se oponían a la celebración; miles de menonitas locales acudieron a disfrutar un día de su propia cultura y lengua. 


Galería fotográfica – Cortesía de Raúl «Kigra»


El evento en redes sociales


Museo y Centro Cultural Menonita

Anirúame: un monolito iluminador en la mítica Tarahumara -por Renée Acosta

Presentación del libro Anirúame: historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos, de Enrique Servín. Enero de 2016.

Toda línea, toda expresión que lleva el sello

de los primeros días de la humanidad,

estén escritas en la lengua que quieran,

 son un feliz hallazgo.

Max Müller

Entre los muchos debates acerca de la mitología entre el siglo XIX y el siglo XX sobresalen las tendencias de la mitología vista desde la psicología profunda jungiana y las aportaciones de Dumézil y Mircea Eliade, así como los rastros filológicos de los registros mitológicos apuntando a la mitología de los pueblos como verdaderos rescates del pensamiento arcaico. A diferencia de los registros arqueológicos en piedra de los monumentos monolíticos, el mito permanece a la materia de la mente y de los sueños.

Si bien los estudios mitológicos del siglo XVIII y XIX se concentran más en la recopilación que en la fenomenología de este extraño Ser que es el mito, es gracias al trabajo de Schliemann, de Müller, Boas, de Jung, de Cassirer, que los mitos trascendieran de ser historias de las abuelitas, a arquetipo gnoseológico, fenomenológico y arqueología de símbolos elementales de la psique profunda. Este hallazgo es la prueba de que los mitos contienen una parte de verdad, una narración simbolizada de hechos históricos; y para entender que el mito no es solamente un cuento para dormir a los niños, sino más bien cuentos que no son cuento, para despertar la conciencia de los orígenes. En donde Mircea Eliade dice “modelos ejemplares de comportamiento humano”, Jung dice: símbolos arquetípicos y “es una realidad psíquica y el mundo mítico es… una realidad igual, si no superior al mundo material”.

El trabajo realizado por Enrique Servín ha sido una auténtica odisea (así como la mítica de Homero) de más de veinte años de entrevistas, viajes por la Sierra, recopilación, cotejamiento de datos y de una memoria privilegiada dotada del inusitado don de las lenguas como pocas mentes políglotas ha habido en Chihuahua, para conservar todos estos datos, interpretarlos en cada uno de los idiomas, compararlos con otros datos en otros idiomas de la región, y transcripción lo más fiel posible. Tan solo el personaje de Enrique Servín nos aparece como un ser mitológico: pájaro de las mil lenguas, Fénix, Quetzal mágico de la Tarahumara.

La transcripción o recreación de la tradición oral tiene un inmenso mérito por su dificultad y por su rareza. Ordenar las palabras, comparar los signicados y las lenguas, discernir entre los contenidos de origen prehispánico y pos conquista, sin añadir ni quitar. Modelar como si fuera barro con la materia que se ha recuperado y nada más. Eso, señoras y señores, sólo podría hacerlo un poeta extraordinario, imposible. Para empezar un hombre de letras para entender los argumentos, un hombre de antropología para comprender los contextos histórico temporales de razas y etnias; un hombre de lenguas para poder traducir y hacer un análisis filológico; un hombre de filosofía para integrar el contexto. Todos por separado sería posible, lo casi imposible sería encontrar un hombre con todas las cualidades necesarias para el rescate, y ese hombre es Enrique Servín.

Sin el trabajo de rescate y conservación de Enrique Servín en este Anirúame probablemente estas historias se habrían perdido en el transcurso de los próximos 20 o 30 años debido a la erosión cultural que las lenguas sufren con las conquistas y las dominaciones que eliminan los usos y costumbres de los pueblos conquistados. Toda esta mitología de la Sierra Tarahumara es para Chihuahua lo que el Popol Vuh o  los Chilames Balames para la región de los Mayas, sin embargo, a diferencia de las culturas escritas de los Aztecas y los Mayas, una lengua como la rarámuri y otras lenguas regionales como el Pima, el Tepehuano, están en peligro de extinción por la inmigración y el crecimiento de las manchas urbanas a las que poco a poco se van integrando los tarahumaras debido a la pobreza y la sequía en la sierra.  

Pero para nosotros estos mitos o no existían, o tenían que existir pero sabíamos que estaban fuera del alcance de nuestras manos blancas y profanas de las cuales los tarahumaras han resguardado celosamente el compartir sus más profundos secretos. Recuperar cada mito fue como desenterrar una pieza, una sola pieza de un jarrón antiguo. Cada historia es como una joya de obsidiana, una escultura de un ídolo que narra como era el mundo antes del tiempo.

Así como Schliemann desenterró la mítica ciudad de Troya, Enrique ha desenterrado la mítica Teogonía de la Tarahumara. Y no exagero al afirmar que el maestro Servín ha hecho por la mitología de los pueblos indígenas lo que Dúmezil hizo con los Oscitas y Oscetas. Estamos ante el nacimiento de un nuevo clásico de la historia de Chihuahua, una pieza monumental de más de 200 cuartillas de mitos que guardan en su misterio el pasado y la verdadera historia de los orígenes de los pueblos de la Tarahumara. Estos mitos se pensaba hasta hace poco, que se habían perdido durante la conquista y las misiones, o que si había una tal “mitología tarahumara” o había sido alterada por el cristianismo o la verdad es que nunca sería revelada o que podría estar tan rota que poco o nada quedaba al transmitirse oralmente.

Max Müller quien fuera uno de los más importantes investigadores de los mitos en el siglo XIX y que murió con su siglo en el año de 1900, estaba preocupado por encontrar el origen de los mitos y su razón de ser. Buscaba una lógica que condujera a una gramática de los mitos y a diferencia de James George Frazer, intentó ir más allá de una recopilación monumental de mitos dispersos. Müller quería hallar un método más racional y científico para entender el fenómeno del mito. Así pues, decía en su clásico Mitología comparada que entre la época que llamó periodo de los dialectos o del surgimiento del lenguaje y la era de las naciones (civilizaciones) había un punto ciego, una grieta invisible, de donde aparecían los mitos. Y así como hay metamorfosis de los mitos como en Ovidio, también hay una metamorfosis de las palabras. Pero solamente un filólogo positivista como Max Müller podría haber propuesto un método científico para desentrañar ese nudo gordiano.

Los Tarahumara han demostrado con el paso del tiempo ser un pueblo con mayor habilidad y gusto por ejercicios refinados del lenguaje, como son la poesía, la leyenda, el mito. Por otra parte, aún cuando las investigaciones antropológicas realizadas en la región pudieran haberse acercado a preguntar acerca de estos mitos, recopilarlos no era trabajo fácil. En primer lugar por la distancia lingüística. En segundo lugar, estas historias no eran contadas al blanco pues era profanar el conocimiento de los antiguos. En tercer lugar: las historias suelen estar contaminadas por la mitología judeocristiana. Así que algunas de las historias, en especial las que coinciden con el diluvio, las destrucciones del mundo, la cueva de los gentiles, la leyenda de los Kanokos, todos ellos identificables con paralelismos de la mitología del antiguo testamento, son comentadas al hombre blanco, pero allá, en las entrañas ocultas de la sierra, cobijadas en las tirutas de los sipaámes y los ancianos; allá permanecieron estos mitos, sepultados bajo capas y capas de transmisión oral; protegidos por una lengua para el blanco desconocida

Estas historias no se encontraron como una orgía de evidencias. Enrique Servín tuvo el difícil trabajo de convencer a los pueblos originarios de compartir estos mitos para conservarlos. En una cultura que no tiene otra forma de conservación más que la memoria y el canto. A diferencia de un yacimiento arqueológico en el cual todo lo que contiene el yacimiento lo vas a encontrar ahí mismo, en el caso de la arqueología del pensamiento que son los mitos, están desperdigados por toda la Sierra y en distintos pueblos. Lo que un pueblo dice el otro no lo recuerda. Por eso se requiere de la integración lingüística, ideológica y paradigmática.

Por ejemplo, hay mitos compartidos entre los Huicholes, los Pimas y los Yaquis. Pero el hecho de que compartan mitos y que sus variaciones sean mínimas es un rastro de las huellas que dejaron sus antepasados hay un abismo de pueblo en pueblo. Por ejemplo, en Anirúame aparecen varios mitos, que bien pudieran ser variantes de un solo y mismo mito, pasados por el cedazo de la transmisión oral. Estos mitos son Las mujeres estrellas, los hermanos estrellas, el hombre que sobrevivió a la lluvia Grande y la mujer perro, los siete hermanos vuelven a ser estrellas y el esposo de las estrellas; éste último pareciera ser una fusión de todos los mitos anteriores, aunque en el mito del esposo de las estrellas, ellas, las estrellas, son muchas, tantas como hay en el cielo, así que el esposo no podía alimentarlas.

A propósito de las estrellas, el padre Brambila comenta que entre las “supersticiones” de los indígenas está un temor a las estrellas fugaces. ¿Por qué habrían de tenerle miedo a las estrellas fugaces? En el mito del Nacimiento de las cosas, dice: Otras estrellas se convirtieron en los Tarahumaras, que son la gente de las estrellas, porque así es como se dice que nacieron los Tarahumaras de las estrellas caídas. Y en el mito “Lo que se dice de las estrellas”. Otro temor mitológico mencionado por Brambila es el de la gran piedra de maldición Rusiware.  “De las estrellas se dice que son personas. Que no hay que señalarlas con el dedo. Que tienen alma y palabra. Que son nuestros hermanos de arriba. Que son los hermanos que se quedaron allá arriba en el cielo, en el principio, cuando todo nació”.

La mitología Tarahumara no carece de todos los elementos de otras mitologías, tienen sus mitos cosmogónicos, teogónicos, antropogénicos, etiológicos, morales, fundacionales, escatológicos; también tienen una zoología fantástica. Otro miedo recurrente aparece en los mitos de las destrucciones del mundo. Uno de esos fines del mundo está reflejado en el mito “El sol se apaga” que narra la historia de como los dioses se sintieron decepcionados de los hombres, y entonces el sol comenzó a deprimirse y se apagó poco a poco. Su luz primero se puso amarilla, después parda y luego dejó de brillar. Los valles y los cañones se fueron volviendo oscuros, las cosas se fueron borrando, hasta que el sol se apagó y ya nada pudo ser visto”.  Estas son palabras antiguas.

¿Qué tan ciertas y antiguas pueden ser estas palabras? Hace entre 70,000 y 75,000 años ocurrió el desastre de Toba en la Isla de Sumatra cuando un súper volcán entró en erupción, que produjo un invierno volcánico que duró entre 6 y 7 años, esta explosión produjo casi la extinción humana. ¿Pero sería posible que el polvo de la explosión cubriera la tierra hasta llegar a América? Según la teoría de la catástrofe de Toba, tras estos 6 o 7 años, los humanos sobrevivientes migrarían desde África hasta Europa y después poblarían América. Aunque también se cree que fuera posible que los indios americanos tuvieran su origen compartido con una migración de Asia. Estos mitos se pueden encontrar también en el monumental trabajo de Servín. Pero de ser así, este mito sería vestigio arcaico de que estos hechos fueron verídicos, que los antiguos Tarahumaras vivieron de 6 a 7 años sin sol, como si éste hubiera muerto. También sabríamos entonces que este mito tiene una antigüedad de 75,000 años.

En el mito “una familia se sumerge en una tinaja de piedra”, también tiene similitudes con “La cueva de los gentiles”, ambos mitos hablan de la segunda destrucción del mundo. En esta segunda destrucción el sol se acerca tanto a la tierra que comienza a quemarlo todo y un grupo a veces de muchos, a veces de solo una familia, se introducen en una cueva donde había agua. En otra versión que yo conseguí, se enseña que las tirutas o cobijas que ellos hacen, tienen una función sacramental en sus ritos, pero también serán las únicas que podrán salvar a los Rarámuris de una nueva destrucción del mundo, colocándolas mojadas en la puerta de las cuevas. Las cobijas de los chabochi no servirían ante esas circunstancias. Si tomamos en cuenta que la explosión de la caldera de Toba fue 3,000 veces la explosión del Santa Helena y que cubrió varios miles de kilómetros según las evidencias geológicas, es bien posible que este mito nos esté narrando cómo hicieron los tarahumaras para sobrevivir a aquello que debió tener el poder de varias bombas atómicas.

El trabajo de investigación, recuperación, traducción, recopilación, traducción comparada, filolófica y antropológica que realizó Enrique Servín para recuperar el Chilam Balam de la Tarahumara es una obra monumental, sin exagerar. Esta obra compendia y recupera la historia arcaica de una zona geológica del continente americano invaluable.  Hay toda una historia de décadas de investigación, traducción, interpretación y reorganización de dicha información para crear Anirúame. El pueblo de Chihuahua debe estar agradecido de la existencia de un ser cuyos dones casi sobrenaturales han dado  tanto a la cultura chihuahuense y a la conservación de nuestra memoria.

Y más allá de que el estado debería de reeditar este libro en una edición para que todos los chihuahuenses lo conozcan, se requiere de un reconocimiento del trabajo monolítico y monumental de un hombre mítico en la historia de Chihuahua como lo es Enrique Servín, un hombre que como dijo Rogelio Treviño, no se da cada cincuenta o cien o doscientos años. Sólo quisiera cerrar este artículo con la siguiente pregunta ¿Chihuahua dará en los próximos doscientos años a un Enrique Servín?.

Valoremos y celebremos lo que tenemos. Honor para quien honor merece.


Reneé Acosta.- Poeta, filósofa y ensayista mexicana. Ha publicado ocho libros de poesía. Ganadora de los premios Gabriela Mistral de poesía internacional, Chile 2010. Medalla José Saramago 2011. Premio AMMPE de ensayo profesional 2011. Premio Fundación Montjiuc 2013. Becaria FONCA 2009-2010. Becaria Fondo Estatal para la cultura y las artes Chihuahua 2012, 2013 y 2014. Mención Honorífica premio Francisco R. Almada 2014. Premio Hiperespacio 2016.

Anirúame, un acercamiento a la cosmovisión rarámuri -por Raúl Manríquez

Publicado en la revista digital de filosofía «Reflexiones Marginales» Num. 35. Ir al sitio aquí.

“Por esa causa todo quedó destruido y convertido en un arenal.
Y cuando ya no quedaba nada, Oso llegó y se detuvo en el centro del mundo.
Y Oso se levantó y vio cómo habían quedado las cosas antiguas, y se entristeció demasiado.
Entonces se puso a juntar de nuevo todos los granos de arena. Los puso uno enseguida del otro, uno arriba del otro, como antes habían estado.
Volvió a darles forma a todas las cosas, las juntó, las enderezó y las puso a cada una en su lugar.
Levantó los árboles y las piedras, los cerros y los voladeros; levantó de nuevo las colinas y las barrancas, levantó de nuevo a los tarahumaras,

le dio forma de nuevo a este mundo…”

Esto nos narra uno de los mitos que aparecen en Anirúame, historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos, de Enrique Alberto Servín Herrera, un libro que se lee con asombro y felicidad. Cada relato revela aspectos de un universo mágico y desconocido, pleno de imaginación y belleza: la rica mitología Rarámuri, que configura un mundo poblado por seres que se crean a partir de las estrellas, plantas que guerrean entre sí disputando el territorio; animales que son personas a la vez y determinan la vida de los seres humanos, como Cuervo, al que se le atribuye sabiduría para dictar normas morales y hacer de juez en los desacuerdos entre los hombres, o Venado que enseñó a los tarahumaras el idioma del sol; el pájaro de fuego que cruzan el firmamento robando almas y corazones; serpientes que dan origen a manantiales, gigantes más altos que los pinos más altos, piedras que devoran las almas…

Este incesante desfile de hechos insólitos e imágenes sorprendentes es una experiencia que nos deja deslumbrados y con una especie de tambaleo epistemológico. Se trata de una cosmogonía desconcertante y hermosísima, que cimbra la percepción que hemos tenido de esa cultura, la tarahumara, que con tanta discreción ha vivido al lado nuestro durante siglos, sin que imagináramos la riqueza de estos mitos y leyendas que casi en secreto se han pasado de generación en generación.

Hay, en esta construcción de historias, creencias y palabras, no sólo una explicación del universo sino también una delicada estética, una imaginativa búsqueda de la armonía entre las partes y los actores del mundo, en la relación entre las deidades, los hombres y la naturaleza. Una concordia universal que implica el respeto, la solidaridad y la belleza.

Los tarahumaras consideran que tenemos varias almas: cuatro la mujer, tres el hombre. Cuando alguien está triste o melancólico es porque ha perdido una de sus almas al beber agua de un pozo sin pedir permiso a la serpiente que lo ha creado y que mora en él. Basta entonces regresar al sitio y pedir perdón a la serpiente para recobrar el alma y el gusto por la vida.

Podríamos reconstruir un sistema de pensamiento a través de estos relatos. En ellos subyacen los fundamentos de una religión quizá olvidada por la mayoría de los propios tarahumaras; y también una filosofía: una manera de entender el mundo, una identidad y, por supuesto, una ética, una serie de principios para andar rectos por el mundo.

Hacia el final del libro, aparecen algunos relatos indígenas de la colonización de española del territorio tarahumara. Como en todo el nuevo mundo, los blancos buscaban plata mientras creían llevar la fe verdadera, pero ello implicaba despojo, opresión, enfermedades. Los tarahumaras nunca se sometieron, se defendieron con fiereza liderados por guerreros legendarios como Teporaca y poderosos hechiceros como, Kichísali. Hay desesperación, tristeza y heroísmo en estos relatos en los que los gobernadores tarahumaras dicen a su gente “no escuchen nada de lo que dicen los blancos, no escuchen ni siquiera el sonido de las campanas”. Es la versión tarahumara de la visión de los vencidos.

Desde distintas trincheras, Enrique Servín ha luchado muchos años por preservar y dignificar las culturas étnicas del estado de Chihuahua. Más de dos décadas le llevó rastrear y reunir las historias que conforman este libro. Hurgó en archivos y antiguos documentos, recorrió la vastedad de la sierra Madre buscando a los pocos narradores tradicionales que todavía existen en apartadas comunidades indígenas. Tuvo que ganarse su confianza para entrevistarlos, a veces llevarlos a los estudios de grabación de la ciudad. Todo ello para conservar esta rica tradición seriamente amenazada por el proceso de aculturación que rápidamente avanza con la educación oficial y la migración de los indígenas a las zonas urbanas.

Pero su aportación es mucho mayor que la investigación en sí. El tránsito de estas historias de la oralidad a la escritura es muy afortunado gracias al talento literario de Servín. El acierto está en la construcción de la voz narrativa: el autor se desdibuja por completo y renuncia a su propia perspectiva para dejar sitio a una voz antigua, sabia y poderosa, que parece atravesar siglos y milenios para revelarnos la verdad. Una voz que suena a tradición oral, como corresponde a una cultura ágrafa como la tarahumara. Por supuesto, se trata una construcción literaria, pero es efectiva y convincente.

Esta virtud en la escritura le da a las historias un sentido profundo y una convicción imposibles de alcanzar de otra manera. Conseguirlo no es fácil desde el punto de vista técnico, y por supuesto requiere compromiso y una completa integración con el objeto de trabajo, es decir, con las historias y su origen, un abandono del yo narrativo para ceder paso a la voz de la autoría colectiva que se da en una tradición.

La aportación que Servín hace a nuestra cultura con este libro es enorme. Por una parte nos permite entender un poco a ese pueblo silencioso, largamente hostilizado por los colonizadores españoles y después históricamente marginado por la población mestiza, hasta nuestros días. A partir de esta lectura podemos entender mejor su silencio, su indiferencia a nuestros afanes consumistas y de posesión, el sentido profundo y solidario del kórima, esa costumbre fundada en la ética, que establece que el que tiene más debe compartir con el que tiene menos.

También podríamos entender su apego a la naturaleza, su respeto por las plantas y los animales. Doy un ejemplo: hace unos meses fue noticia que a una comunidad tarahumara se le ofreció una buena cantidad de dinero si permitían que atravesara sus terrenos un gasoducto que actualmente se construye en la sierra. La comunidad dijo que no, y su argumento central fue que la obra implicaba derribar numerosos árboles, “no son nuestros”, afirmaron “pero tenemos que conservarlos para las generaciones que vienen”. Un argumento que queda fuera del entendimiento de la sociedad de consumo y la perspectiva progresista, pero profundamente congruente con la visión que este libro nos revela, con el amor y respeto a la naturaleza implícitos en sus creencias.

Pero este libro tan disfrutable en su imaginería y su retórica, también me llena de cuestionamientos. Cuán ciegos hemos sido ciegos ignorando y pisoteando esa riquísima tradición que vive al lado nuestro. ¿Qué hemos hecho, por omisión o intencionadamente, para apocarla y destruirla? ¿Qué cosas maravillosas pudimos, quizá podríamos aún, aprender de ellos?

Y surgen de ahí otras inquietudes. Miles de tarahumares vienen cada año a trabajar en las huertas manzaneras de Cd. Cuauhtémoc, donde yo vivo. Deambulan por las calles, muchos de ellos enredados en el alcohol y en otras adicciones, envueltos en frecuentes riñas, continuamente atropellados por la autoridad y estigmatizados por una sociedad clasista que se escandaliza fácilmente.

¿Cuántos de estos tarahumaras conocen las historias de Anirúame? ¿Hasta qué punto se reconocen en ellas? ¿Se asumen como los hijos de las estrellas, el pueblo que habla el idioma de la sol, los pilares del mundo, los que son capaces de ensanchar la tierra y encender de nuevo a Sol y luna con el poder de sus danzas?

La filosofía y la psicología han estudiado el proceso de la identidad narrativa. Según esta propuesta, las historias que nos cuentan o contamos, y que aceptamos como nuestras, aquellas en las que reconocemos nuestro origen y nuestro destino, determinan nuestra identidad y la valoración que hacemos de nosotros mismos. Por eso, esta compilación es importante, porque puede darnos, a los mestizos y a los indígenas, una visión más rica de nosotros mismos, y podría ser el inicio ¿por qué no? de una relación más equitativa y solidaria.

Anirúame, historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos, es una obra destinada a dejar huella en la cultura y la identidad chihuahuenses y, hasta cierto punto, en la nacional. El libro enfrenta ahora las vicisitudes del mercado con un tiraje relativamente corto y escasa distribución. Pero creo que aún con las características actuales de la industria editorial, la importancia del libro y la felicidad con la que se lee le abrirán paso para ediciones de mayor alcance y, paulatinamente, podrá convertirse no sólo en una referencia para los estudiosos de las culturas indígenas, sino en un libro clásico leído en las escuelas, en los parques, en las casas, cuyas historias serán contadas por los abuelos a los nietos.

Hay que leerlo no como una curiosidad folklórica o un mero acervo cultural, sino con el gozo que se lee la buena literatura, que también nos lleva a reflexionar y a entendernos mejor entre nosotros.

Raúl Manríquez Moreno